el bueno y el malo

miércoles, mayo 31, 2006

Requiem por los vivos

Supongo que alguno de mis enferverecidos lectores habrá prestado atención en algún momento de su vida a un grupo musical llamado a sí mismo Spacemen 3. Ahora mismo disfruto de su sonido, ¿cómo llamarlo?, espiral.
Llevo poco tiempo (¡y a la vez tanto!) rodeado, cegado, cubierto, por brumas de muerte. Han sido, sí, un par de semanas desastrosas. ¿Han finalizado? Pues así lo deseo. Todas estas calamidades, salvo una, las he conocido de refilón: se trataba de conocidos de conocidos, el habitual comentario que nos cuentan sobre lo que le ha ocurrido a alguien. Una de ellas no ha sido de esta manera, me ha tocado, para mi desgracia, directamente.
Hoy he tenido un encuentro con un amigo-conocido que ha puesto en alerta, él se encontraba muy alarmado, sobre la posibilidad de no poder disfrutar del próximo mundial de fútbol por los conocidos problemas de cobertura de la cadena que posee los derechos de emisión.
Y no hace ni una luna estuve soportando igualmente a un exaltado muy interesado y preocupado por la posibilidad de que las conexiones adsl comenzasen a facturarse por descarga de contenidos.
En estos momentos los súbditos españoles andamos enredados con el fin de la violencia (¡qué palabra!) etarra, con la inmigración, con nuestros intereses petroleros, etc. Pero aún espero a la legión de opinadores, agricultores de la desazón, a los medios (¡otro término a considerar!), para cosechar nada.
Me dicen que tengo que ver necesariamente El Código Da Vinci.
No sé cuántos años estuvo en antena un famosísimo magazine presentado por el hermano de cierta showoman, ambos nacidos en la cataluña preestatuto. Lo que sí sé con certeza es que miles de personas han seguido diariamente dicho programa (y otros muchos) y podrían relatar-relacionar la lista cronológica de colaboradores y secciones que lo han conformado.
Y como el espejo ya comienza a sonreírme, diré que soy consciente de que es pretensión vana y un exceso de pedantería organizar la existencia de mis congéneres de acuerdo a mis deseos, gustos, normas; y no lo pretendo, yo justifico incluso a Dorian Grey. Pero, a pesar de ello, ¿he de contentarme con este miasma de miedos? ¿No es lícito plantear alternativas a este infinito basurero de temores?
Hoy, espejo, no te permitiré tener la última palabra, el último gesto. Si se tratase de comportamientos naturales en el hombre no protestaría. Si estos temores nos sirvieran, como antaño usamos otros, para conquistar espacios físicos y psíquicos, para crear colectividades, pues callaría. Pero no se trata de eso. Creo que está más relacionado con intereses multinacionales, con alienación de comportamientos, con la creación de un único consumidor prototípico mundial y que, paradójicamente, opera creando soledades y promoviendo un falso bienestar bajo ese paraguas prototípico, bienestar que por supuesto nunca llega a alcanzarse obligándonos a buscar mayor refugio en un enloquecido bucle. Tenga o no razón, espejito, estoy en la línea correcta e, insisto, en que hoy no me doblego.
Adquirí no hace mucho un manual de plantas y otros seres naturales porque mis conocimientos en esta materia ... me callo. Pero, ¿para qué los quiero? Como un electrón viajo por la red eléctrica, como un bit navego de aquí para allá. Quiero decir para acabar que la persona a la que he hecho alusión al hablar de la calamidad que me ha sobrevenido conocía a la perfección esos seres naturales, esas plantas y era del tiempo pretérito en que la electricidad no era una garantía y en el que su falta no ocasionaba una lluvia de denuncias. No sé si fue Cervantes el que asoció la libertad a la desnudez. Acertó.
Demasiadas ligaduras.
La ciencia nos liberará, rezaban a comienzos de la revolución y después vino el colonialismo como colofón.
Divago sin sentido alguno. Esto me ocurre en ocasiones.
Quería entonar un réquiem por estos pobres vivos atados y maniatados. Es un réquiem por mí. Sirva la música que no ceso de escuchar. Es circular, asciende como una espiral de humo, se desparrama y desaparece.