el bueno y el malo

lunes, junio 12, 2006

La fuerza del ser y la fuerza de la nada

Pobre filosofía la de mis congéneres: ser no tener.
¿Ser? ¿Acaso no soy como el resto de personas son? Pero yo poseo, tengo, hecho que no es muy común y en esa singularidad soy más que los demás.
Ser no aparentar. En mi objetividad, soy igual que todos y realmente me siento más que nadie. ¿O acaso es-ha sido mejor Dostoievski? Para mí, no, por Tutanis!. Entonces, si tengo claro que soy más que nadie, ¿por qué no he de flirtear con el juego de las apariencias? ¿He de explicar yo algo a alguien? Y si las pobres gentes que me rodean no logran disfrutar con mi juego, ¡allá ellos!
Me vuelvo para mirar el espejo que sonriendo confirma y afirma.
Hace ya algún tiempo he alcanzado la cima de la vida y dispongo de una vitalidad asombrosa. Soy completa y absolutamente envidiable. (¡Si hasta escribo bien!). Lo dicho, me vienen ahora, un pelmazo, con filosofías: sobre el azar, sobre que no hay azar sino voluntad demiúrgica, sobre las desigualdades sociales, sobre la ética universal que rige toda inteligencia, sobre principios humanos o cristianos de caridad, sobre cualquier cosa. ¡Me da una lata! De sus desvaríos, deduzco que tengo que pedir perdón por ser lo que soy, por ser el mejor: que si he tenido suerte, que si la suerte me ha sido otorgada por una fuerza rectora, que si todo lo debo a desequilibrios e injusticias, que si debo dirigirme y regirme por el bien del Hombre, que, en definitiva, sea pío.
No he tenido más remedio que actuar con exhaustiva planificación. Así, anoche, acordé reunirnos otra noche, en concreto la de este día, para ver cómo podría colaborar en las cuestiones humanas que tanto preocupaban a mi amigo. Mi casa de campo era un lugar ideal, aislado, envuelto en fragancias de jazmín y albaricoque, que pareciera que invitaban a la amable charla.
Se ha presentado puntual, como cabría esperarse. Lo recibo en la puerta y cortésmente lo dirijo a la terraza donde ya he dispuesto la mesa al fresco de las lunas de julio. Camina dos o tres pasos delante mía, admirándose amablemente ora de tal cuadro, ora de tal mueble. Justo la distancia precisa. Aprieto el gatillo y su barata filosofía tiñe de rojo una cortina ocre que es una locura. Y su barato traje golpea una cara alfombra que es también mancillada por los flujos que regaban con disparates su cabeza de pensador.
Y me siento a cenar libre, y libre de semejante pesado.
Ahora él es nada y yo lo soy todo. Soy la voluntad del ser y él era un apestoso aguafiestas, soy la fuerza de la naturaleza y el era un hipócrita reprimido, soy el nuevo Dorian. Soy Dios.