el bueno y el malo

domingo, julio 30, 2006

La rutina

Desde hacía bastante tiempo, espejo, no nos veíamos las caras. Habíamos dejado de hablarnos, sencillamente. Supongo que hartos el uno del otro. En contra de mi costumbre, hoy he regresado tarde a casa. Sabrás que rectas carreteras y qué tortuosas calles acompañan mi diario camino. Ha sucedido entonces que una retención en una de estas carreteras o calles –no sabría precisar- me ha obligado a detener el paso, abstraído he mirado hacia arriba y he quedado nuevamente -y con el adverbio quisiera expresar que ha ocurrido por vez primera pero a la vez he sentido una reminiscencia de un sentimiento– paralizado por el arrebol que ofrecía el crepúsculo. Ese color con el que se han pintado las paupérrimas nubecillas del cielo ha logrado que mi persona, como un ente que gozara de plena independencia respecto a mí, traiga a la memoria –en sucesivas olas de recuerdos- los de otros atardeceres compartidos contigo, mi buen amigo, y aquellos momentos en los que –al igual que el cielo- yo mismo me incendiaba ya fuera por pudor o encolerizado en la jaleosa discusión.Así que ahora, espejo, quisiera expresarte mi más sentido arrepentimiento. Confieso que he estado completa y absolutamente distraído. No he hecho caso a tus apreciados consejos. He sido un vago, me ha dominado la pereza. Cuando no he estado ocioso me he parapetado tras muros de arena que se han derrumbado con esta lluvia de comprensión, de entendimiento que el despejado ocaso me ha brindado. He cometido el peor de los pecados, no he sido feliz y he perdido el tiempo –ambos encierran la misma verdad- Lamento profundísimamente no haberme detenido antes no en los caminos asfaltados sino en la senda –tú sabes a la que me refiero- para volver la cara, para mirar si me acompañabas; no hacer descansado junto a ti del fatigoso caminar en las refrescantes corrientes de agua que he dejado atrás casi como un sueño, como si no hubieran existido.Te he encontrado, lo confieso, algo desesperanzado. Desearía poder hacerte desterrar esa impresión. Admito que no sé muy bien qué he de realizar pero entiendo que una persona individual y subjetiva no es –por más que nos pese- una catedral cuyos cimientos, pilares y incluso capillas principales deben ser respetadas en una remodelación. No. Este yo que te habla, espejo, es como una piscina que debe ser vaciada por completo para proceder a su reparación. Este acto de incomparable despego –el vaciado- no puede llevarse a cabo de otra manera que cortando las ligaduras férricas utilizadas por las fuentes que me han dominado y vertido su denso líquido en mi corazón. Y al igual que el drogadicto precisa de aquello que lo mata para vivir, yo necesito de ellos.Así, conociendo cuán costosa será esta liberación, asumiendo que habré de sobrellevar instantes muy duros, de intensas dudas, abro, casi con pudor –de nuevo el arrebol-, callado, en silencio, sin aspavientos, sin acompañamiento alguno, abro, digo, el desagüe y observo como los espesos fluidos muy muy lentamente me abandonan dejando, sí, un poso que ahora mismo se me antoja indeleble con el que tendré que presentarme a ti, ya no cristalino, pero de nuevo libre para retornar los futuros a los que ambos creíamos tener derecho de alcanzar.

1 Comments:

At 12:25 a. m., Blogger Un tipo wysiwyg said...

Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

 

Publicar un comentario

<< Home